Riesgos de la vida digital para la salud analógica

Imagen de Лечение наркомании en Pixabay 


Vivimos en un estado de hiperconexión a través de diversos dispositivos y envueltos en una exigencia social, tecnológica y de comunicación que nos lleva a estar conectados desde cualquier lugar y en cualquier momento.  La hiperconectividad satisface una necesidad creciente de permanecer visibles y comunicados para interactuar con otros. Sin embargo, cuando el consumo de medios digitales y de redes sociales es excesivo, puede implicar riesgos para nuestra salud metal. Esto es especialmente peligroso cuando las personas tienen  una predisposición a conductas adictivas o cuando no tienen los recursos personales para autorregularse de forma efectiva. 

En las últimas décadas han aparecido manifestaciones de un uso inadecuado, e incluso incontrolable de Internet, que llevan a algunas personas a descuidar  otras partes importantes de sus vidas, por estar permanentemente conectadas a la red. Sin embargo, sólo porque una conducta sea excesiva o repetitiva,  no significa que automáticamente esté relacionada con un problema de adicción. Por tanto, es importante reconocer cuándo estas conductas se convierten realmente en un riesgo para la salud psicológica de las personas.

Existen explicaciones, como la que proporcionaba Griffiths ya en 1995, que concluyen que la sintomatología de una adicción química y de una relacionada con la conducta, tienen criterios clínicos comunes en lo que respecta a su definición. Concretamente se refiere a seis comportamientos específicos: modificación del humor, saliencia, tolerancia, síndrome de abstinencia, conflicto, recaída.
Cada uno de estos comportamientos podría alinearse al mismo en entornos digitales:

- Modificación del humor: participación activa en redes sociales para olvidar emociones negativas.
- Saliencia: estar permanentemente pendiente de las redes sociales (cuántos likes, cuántos reposteos, cuántas menciones, cuántos seguidores, etc, etc.)
- Tolerancia: necesidad de aumentar cada día el tiempo de conexión para sentirse mejor.
- Síndrome de abstinencia: manifestar sentimientos de irritabilidad, ansiedad o depresión ante la pérdida de conexión a Internet.
- Conflicto: mostrar conflictos interpersonales, intrapersonales, o con otras actividades (trabajo, vida social, intereses, aficiones).
- Recaída: experimentar periodos de aislamiento o de actividad excesiva en redes.

Los grupos de edad más vulnerables en lo que a una potencial adicción a las tecnologías se refiere, son la infancia y la adolescencia.

Las tabletas y los móviles son los nuevos chupetes de los pequeños, que las propias familias les dan para que se calmen, para que estén tranquilos cuando salen a comer a un restaurante, cuando hacen un viaje largo y que así no se aburran, etc. Sin embargo, pueden tener un impacto negativo en la vida de los niños, a corto y medio plazo, tales como trastornos del sueño, obesidad, problemas en su desarrollo psicomotor, emocional, del comportamiento, dificultades de atención, concentración y memoria, o de comunicación.

En la adolescencia, el potencial adictivo es incluso mayor, debido al manejo habitual que a esta edad tienen de las redes, así como por el uso que les dan, y también por la tendencia natural de los adolescentes a buscar nuevas sensaciones. Tienen un número mayor de probabilidades de realizar un uso menos saludable de las redes sociales, porque en muchos casos las redes satisfacen las necesidades propias de la edad: de pertenencia a un grupo, de comunicación permanente con amigos, de ser líder e influyente y de afianzar la propia identidad personal.

Cuando la conexión a todas horas y la presencia en redes  y entornos digitales se convierte en obsesiva, compulsiva o excesiva, se puede terminar por desarrollar diferentes patologías emergentes, como las siguientes:

Phubbing: acción de ignorar la presencia de la otra persona para prestar su máxima atención al móvil.
Nomofobia: miedo irracional a estar sin móvil durante un intervalo de tiempo.
- Fomo (Fear of missing out): miedo a perderse algo, a perder el contacto con lo que las demás puedan estar organizando o hablando en la red.

Este tipo de patologías emergentes y relacionadas con las conductas en la vida digital, pueden venir motivadas por diferentes causas:

- Ritmo de vida digital: el acceso fácil a servicios digitales y redes sociales, la amplia oferta para poder realizar online cada vez más actividades cotidianas, la hiperconexión.
- Factores de personalidad que dependerán de la edad y los rasgos propios de la personalidad de las personas, tales como la introversión o extraversión, el grado de  autoestima personal, las estrategias de relación social, y que también van a condicionar la forma de relacionarse con los entornos digitales de modo más autorregulado, o por el contrario, más dependiente.

Todo ello se puede traducir en un abanico de consecuencias para la vida y la salud analógicas, como por ejemplo la pérdida de tiempo, la alteración del ritmo del sueño y de la conducta, el aislamiento, un bajo rendimiento académico o profesional, dificultades sociales, carencia de control. Estas consecuencias variarán, obviamente, según el tipo de usuario/persona que seamos. Así, se puede hablar de personas menos propensas a desarrollar conductas adictivas (los que dan por ejemplo, un uso envolvente a sus móviles) y de personas con tendencia a desarrollar conductas más patológicas (usuarios estresados). También existen personas que, aunque hagan un uso intensivo de los medios digitales, no caen en una adición, aunque sí puedan seguir unos patrones de consumo equívoco del móvil, dado que no parecen generar ansiedad ni vincularse a otras variables propias de lo que sería considerado una adicción. Los jóvenes con mayor capacidad de autorregulación logran usar esos medios digitales sin generar dependencias o una excesiva preocupación por lo que opinan de ellos o de sus acciones en las redes. Sin embargo, en algunos casos las consecuencias de conductas adictivas hacia las tecnologías pueden convertirse en un riesgo para la propia vida.

En cualquier caso, la mejor ayuda es la prevención. Para prevenir el riesgo será necesario contar con competencias relacionadas con la gestión del tiempo digital, la privacidad, los contenidos, la autorregulación de las prácticas digitales.

El control del tiempo que pasamos delante de las pantallas es fundamental para evitar malos hábitos, por lo que se debe evitar usarlas cuando estamos descansando o disfrutando de nuestro ocio con otras personas, además de buscar un equilibrio entre las horas de uso de medios digitales y redes sociales y las horas analógicas.

La seguridad también es clave a la hora de prevenir riesgos digitales en nuestra salud; los datos personales forman parte de nuestra identidad digital y es importante tomar conciencia sobre la gestión de una identidad digital segura para evitar riesgos al compartir datos con otros o en entornos digitales.

Por otro lado, la ingente cantidad de contenidos digitales disponibles en la red hace recomendable que para grupos de alta vulnerabilidad, como son menores de edad y especialmente, para niños de edades tempranas, se haga una selección adecuada, que seguro va a favorecer que se minimicen los riesgos derivados del uso y consumo de contenidos digitales.

Por último, no debemos olvidar que las habilidades de autorregulación personal es un proceso que se va construyendo desde la niñez, en base a principios y hábitos sólidos, por lo que es necesario el apoyo de las familias para que puedan dar a sus hijos pautas de vida digital saludable y ayudarles en el desarrollo de esa autorregulación en sus prácticas digitales.

En cualquier caso, no sólo las personas que vivimos en digital somos las que hemos de soportar la carga de equilibrar la vida en los medios digitales, sino que la propia industria tecnológica y los responsables de las políticas públicas también deben jugar un papel clave para lograr el bienestar digital de todas las personas. 


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